lunes, 20 de julio de 2009

Un paso en La Tierra


Luego de poner su pie sobre la superficie lunar, el astronauta norteamericano Neil Armstrong, pronunció aquella frase que registraría para siempre en la historia ese instante excepcional: 'Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad'.

Desde ese entonces han transcurrido cuarenta años. Es decir, en términos cósmicos, la Tierra ha completado cuarenta veces su órbita alrededor del sol. Cuatrocientos ochenta meses. Dos mil ochenta semanas. Catorce mil seiscientos días.

Si acaso un segundo en el tiempo. Un término, sin embargo, en el cual la ciencia y la tecnología han avanzado extraordinariamente, a velocidades luz si se le compara con su evolución anterior.

Tanto, que hoy en día la tecnología que se empleó en esa gran hazaña nos parece totalmente anacrónica si se la contrasta con la que se utiliza en los vuelos espaciales y la que hace posible el funcionamiento de la estación espacial internacional.

No hay duda, en efecto, de los asombrosos adelantos que en el lapso de cuatro décadas han tenido todas las ciencias naturales y de sus increíbles aplicaciones prácticas en la tecnología. Hoy en día a cualquier joven le resulta difícil concebir como era el mundo a finales de la década de los sesenta del siglo pasado.

En ese sentido es preciso recordar que muchos de esos adelantos han sido posibles por los conocimientos adquiridos en los vuelos espaciales y por los innumerables experimentos que a lo largo de estos años se han llevado a cabo en las naves espaciales.

De hecho, la estación espacial internacional, antes que cualquier otra cosa, es un laboratorio en órbita con unas condiciones únicas para adelantar toda clase de ensayos, los cuales no se podrían realizar aquí en la Tierra bajo las fuerzas de la gravedad.

Los viajes espaciales han sido, pues, una de las grandes hazañas de la humanidad y un punto de inflexión en la historia de las ciencias y la tecnología.

Los grandes descubrimientos que a partir de entonces se han hecho en diversos campos, sin duda han significado una mejora sustancial en el bienestar material del hombre. En Medicina, en Ingeniería, en Química y en muchas otras ciencias, los hallazgos hechos en los vuelos espaciales han sido decisivos para el mejoramiento de la calidad de vida aquí en la Tierra.

Logros que han sido aprovechados por toda la humanidad mediante innumerables objetos y servicios que, aunque el común de la gente no conoce su origen, sus diseños provienen del espacio.

El viaje a la Luna, es pues un verdadero hito en la larga historia del hombre desde que se erigió sobre sus pies en la superficie terrestre: haberse erigido en su satélite más cercano. En realidad, un gran salto, tal como lo dijera Armstrong en aquel día de julio de 1969.

Una mirada a la naturaleza humana y a la historia social desde aquel año, sin embargo, nos depara cosas muy distintas. En materia de convivencia pacífica, de avances en la civilización, de respeto a los derechos humanos, de eliminación del hambre y de disminución de las injusticias, ¿hemos avanzado lo mismo que lo han hecho la ciencia y la tecnología?

A los extraordinarios avances registrados en las ciencias duras, ¿le han correspondido los mismos en materia de relaciones humanas? ¿Se ha acumulado la misma sabiduría en las ciencias sociales y humanas?

Nos atreveríamos a decir que no. Y lo decimos retomando una larga controversia acerca del problema de la especialización del saber versus su integralidad.

En efecto, los sorprendentes avances registrados en todos los campos de la las ciencias han sido posibles por el alto grado de especialización que han tenido cada una de ellas, pero al costo de sacrificar su visión comprensiva, su visión integral respecto a la vida del hombre.

Hoy conocemos más del Universo, del comportamiento de los materiales, del cuerpo humano, del clima, de los volcanes, de los océanos, de los cometas, de las enfermedades orgánicas, pero es indudable que muy poco hemos avanzado en conocer más de la condición humana que nos haga vivir y, sobre todo, convivir, más armónica y pacíficamente.

Probablemente hoy la comunidad de científicos en el mundo entero sea más rica en términos cuantitativos, pero dudamos que haya avanzado mucho en términos de sabiduría.

Una visión de las ciencias en función de los fines de la vida humana se echa de menos en el mundo contemporáneo. Si así fuese, por ejemplo, probablemente el hambre ya hubiese sido desterrada de la Tierra, y la naturaleza no estaría amenazada como hoy lo está.

Sería entonces mejor que diéramos un verdadero salto hacia una mayor paz entre nosotros. Pero aquí en la Tierra.


Un fuerte abrazo, desde Montevideo, Uruguay
Heber Mallo, 20 de Julio de 2009

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